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GARETH
LLOYD: Maria
Esther Maciel El ahora se ha convertido en el topos por excelencia de la
sensibilidad contemporánea. No un ahora cerrado donde se eliden pasado y
futuro, sino un punto móvil de intersecciones temporales. Donde la memoria
del mundo se inscribe y se borra. Donde los sentidos migran hacia zonas hasta
hoy no divisadas del cuerpo. Donde en los márgenes el centro se hace
no-lugar. Espacio de las pequeñas cosas, de los detritos, de los deseos de no
permanencia. Tiempo de intersecciones culturales. Consumo y dispendio.
Si, dentro de esa perspectiva, las promesas utópicas dejaran de trazar los
rumbos del presente y el futuro cultuado por los movimientos históricos de
vanguardia no ocupa más el centro de la triade temporal, resta a cada artista
crear su propio mirar. Y, con él, inventar su propio ahora. Como dice
Paul Auster, "ver es una manera de estar en el mundo". Y podríamos
agregar: de salir del mundo para, entonces, reencontrarlo en estado de
otredad.
Gareth Lloyd inventa su ahora a partir de un mirar en tránsito. Un mirar que
no sólo ve, sino que lee críticamente el tiempo (histórico y personal) en el
cual se inserta. Y que extrae de esa experiencia un nuevo horizonte para su
propia visión. En otras palabras, el carácter de movilidad que sus trabajos
presentan no se justifica únicamente por la tentativa de capturar, vía
imagen, algunos signos visuales del imaginario cultural de las últimas tres
décadas, sino también de reconstituir una trayectoria particular: la que él
mismo, como artista, experimentó a lo largo de ese mismo período, en su
diálogo intenso, aunque no complaciente, con el Pop Art, con la iconografía
mediática y el legado estético de la tradición modernista. Experiencia
que supo convertir en un movimiento de travesía de los límites de tiempo y
espacio, en busca de una sensibilidad alternativa, viable, para el presente.
Tal vez la mejor manera de mostrar los modos de construcción de esa narrativa
es partiendo de uno de los trabajos de este catálogo, titulado "Two
Icons from the Seventies". Allí, se encuentran dos fragmentos de dos íconos
representativos del embate político/cultural entre capitalismo y comunismo,
en evidencia en los tiempos de la Guerra Fría. De un lado, la espalda de
Clint Eastwood, uno de los mitos de Hollywood; de otro, el brazo de uno de
los soldados de Mao Tsetung. Entre la espalda y el brazo, hay una extraña
simetría, como si tales recortes se completasen, de alguna forma. Sin
embargo, hay entre ellos una fenda, un corte. Podríamos decir que lo que los
separa es también una especie de distancia que los une. Por sobre esas
imágenes, son ubicadas otras dos sin figura, casi vacías, como si fueran
páginas de un cuaderno sin grafías o telas para un dibujo que aún no existe.
El fondo del cuadro es oscuro, manchado con agua y tiza.
Sin dudas, la articulación ingeniosa de dos íconos de los años 70 (ambos
convertidos en estereotipos del imaginario cultural de un dado momento de la
historia mundial), apunta críticamente hacia un modo estético de
representación calcado en las ideas de identificación y consumo. O sea, un
modo de representación que tiene en la imagen iconizada, canonizada por los
medios de cultura de masa, su apelo estético. Y cuando digo
"críticamente", es porque pienso en la forma como esa articulación
se da en ese trabajo, visto que las figuras no se presentan de manera
directa, sino metonímicamente, a través de fragmentos. Como si, al
presentarlas, el artista ya las colocase en estado de precariedad, de
erosión.
Es importante notar que las dos formas/propuestas presentadas no se articulan
de forma opositiva y excluyente. Se superponen, se emparejan, relativizándose
una a la otra. En la convergencia y en la divergencia simultánea entre ellas,
se crea un nuevo espacio y un nuevo tiempo para la imagen. A través del juego
paradojal que engendran, el artista trata de hallar una forma
alternativa para su propia sensibilidad.
Los límites demarcados entre las tres imágenes las aproximan en la misma
proporción en que las distancian (como en "Two icons of the 70s"),
estando todas ellas ubicadas en un fondo sin homogeneidad. La imagen del medio,
en la cual se condensan y se dispersan las otras dos, es la vía de acceso a
un nuevo mirar sobre el ícono (mediatizado, a la izquierda, por el apelo
consumista, y completamente silenciado, a la derecha). Ese mirar, que rechaza
el estereotipo sin, mientras tanto, destruirlo, es la alternativa que
el artista le propone a su tiempo. "Desdoxificar nuestras
representaciones culturales, sin el impulso destructivo que definió la
llamada "tradición de la ruptura": éste es el movimiento de Gareth
Lloyd. Busca extraer de lo leve y de lo incompleto del trazo una
figuratividad modesta, sin compresión, sin saturación visual, al mismo tiempo
que coloca esa figuratividad en relación dialógica con otros modelos de
representación de nuestra cultura.
En un primer momento estarían los trabajos más volcados para el confronto
directo con el modo figurativo de carácter mediático, propio de la cultura de
masa, y que encuentra en el cine hollywoodiano su mejor expresión. Ese
confronto aparece como un desafío: ¿como lidiar críticamente con la lógica
del consumo que estructura la representación de imágenes en el mundo
contemporáneo? ¿Por la vía modernista de la ruptura y de la autonomía
estética? ¿Por la vía idealizada de la abstracción? Cierto de que la
respuesta vanguardista para ese embate no condice ya más con las demandas
críticas del presente, el artista opta por otra vía: la de la rasura, de la
dilución. De ese gesto, surgen otros trabajos, como "Icon", en el
cual parte de una fotografía de Humphrey Bogart aparece rasurada por el propio
fondo, en un movimiento que el propio artista llamó "foregrounding the
background". De a poco, el espacio de la rasura (generalmente
representado por la claridad de un blanco amarillento, véase el cuadro
"The desert and perspective") va, en otros trabajos, expandiéndose
y obliterando completamente el modo de consumo. En ese momento, el artista
escenifica su propio exilio en el espacio de las imágenes deshabitadas y pasa
a explorar los signos de la expansión: el desierto y el mar. Dentro de ese
campo, entran otras imágenes asociadas: la arena, la noche, la lluvia y el
viento. Vienen, en varios trabajos, a evidenciar el equívoco de los bordes,
de los límites, dada la casi imposibilidad de precisar el punto donde esos
elementos se encuentran y se separan. Se puede decir incluso que en los
trabajos de esa serie se encuentra una implícita complicidad con la idea de
pérdida. Una atmósfera elegíaca, pero sin ningún sentimentalismo, se deja
percibir en algunos. Es el caso, por ejemplo, de "The death of a
stereotype", donde aparece la imagen de una figura masculina (Richard
Burton), parcialmente diluida en negro en la superficie oscura del fondo,
simulando el negativo de un filme.
Si, como diría Italo Calvino, vivimos en una cultura en la cual los mass
media todopoderosos no hacen más que "transformar el mundo en imágenes, multiplicándolo
en una fantasmagoría de juegos de espejos – imágenes que en su mayoría son
destituidas de la necesidad interna que debería caracterizar toda
imagen", cabe a la sensibilidad de artistas como Gareth Lloyd inventar
nuevas formas de aprehensión visual del presente y de allí extraer una
estética del disenso.
(Traducción:
Graciela Ravetti)
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